En cualquier relación hay discrepancias y desavenencias, es algo normal. Los problemas comienzan cuando la comunicación entre los miembros de la pareja empieza a deteriorarse, a llenarse de reproches, ironías, silencios y todo un repertorio de vicios neuróticos.
Uno de los inconvenientes principales al tratar los problemas de pareja es que la decisión de acudir a terapia se suele tomar en un momento en que la relación en la pareja está tan dañada que las probabilidades de sanar la relación y recobrar la armonía son escasas.
Por lo anterior, y para maximizar las probabilidades de éxito, es importante no esperar a la situación mencionada para empezar la terapia, sino cuando notemos que empieza a deteriorarse la relación y a sentirnos superados y sin recursos para revitalizarla: ese es un momento adecuado para plantearse una ayuda externa, ya sea sólo uno de los miembros de la pareja el que se movilice ante la situación, o sean ambos los que tengan conciencia de esta peligrosa deriva y quieran reconducir la situación.
A veces, unos de los miembros plantea al otro que existe un deterioro de la relación pero éste último no ve ningún problema, siente que las cosas están bien como están. Esa incapacidad de leer correctamente las señales de lo que ocurre en la relación, unida a una falta de escucha hacia el otro, hacen más profundos los problemas de la pareja, generando dinámicas cada vez más dolorosas y negativas que hacen que se pierda la confianza y se distancien, cada vez más en el tiempo, las expresiones de afecto y reconocimiento sincero hacia el otro miembro de la pareja, retroalimentándose de esta forma el malestar y la insatisfacción. De lograr parar y salir de esas dinámicas negativas depende, gran parte de las veces, la salud de la relación de pareja.